FINALISTA en la V edición del Grupo GMP (Cultura Inquieta) Y me atreví con una micro-novela (500 palabras en 6 capítulos) que mereció, al menos su publicación.
Capítulo I: El móvil
La
cerradura del apartamento treinta y cinco de la calle Percebe, tenía
incorporado un ojo en su mismo centro. Literal. Un ojo completo, negro, con su
esclerótica, córnea, pupila y todo lo demás. Había venido de serie, con la
puerta, dijeron en la inmobiliaria, pero se supo después, que aquello no era
más que un argumento torticero para justificar defectos. Era un ojo
recalcitrante, que registraba todo lo que ocurría en la comunidad como un
incansable e insomne taquígrafo alcahuete.
Capítulo II: La
víctima
Casimira,
la Tuerta. Enclaustrada allí por
voluntad propia ciento veintiocho años atrás, cuando encontraron muerto a su
marido en el rellano. Además de viuda, se convirtió en huraña y desconfiada,
convencida de que su asesino era un común comunero. Rara vez le vieron salir de
su apartamento. Los vecinos decían que tenía la facultad de dejar su único ojo
en la cerradura cuando tenía necesidad de salir al colmado.
Capítulo III: El
culpable
Rafael,
llamado Engaña-baldosas, por una graciosa cojera que arrastraba desde
pequeño, pequeño e inocente todavía. Crápula, un metro cuarenta, bebedor y
vividor, irascible, soltero y jugador. Aquella noche, con la suerte esquiva con
las cartas, se convirtió en presunto.
Capítulo IV: Los
hechos
Eran
más de las cuatro de la madrugada cuando Rafael se acercó a la puerta de la Tuerta.
Miró la cerradura y un rictus de desprecio se dibujó en su labio superior.
Buscó sus llaves y… con un gesto brusco, limpio y certero, introdujo en la
cerradura la llave más larga, la más fría, la más dura y punzante. Los gritos
se mezclaron con un chorro de sangre que resbaló por la puerta, inundó el
rellano, arañó todas y cada una de las puertas de la comunidad implorando ayuda
y se precipitó a la calle. Cuando el eco se cansó de rebotar como loco en las
paredes del edificio, volvió el silencio. Sangre y gritos remontaron sin
embargo la calle Percebe, doblaron la esquina de Tribulete y dos manzanas
después llegaron hasta la comisaría.
Capítulo V: La
investigación
Los
agentes se percataron enseguida de que aquel derroche sanguíneo no podía
obedecer a causas naturales. Siguieron el rastro dibujado en el suelo y
llegaron hasta los apartamentos. Con una perspicacia que no puede aprenderse en
ninguna academia, se dieron cuenta de que allí estaba el origen del conflicto.
Las pruebas eran evidentes. Encontraron a Rafael sujetando la pared con su
espalda, con una culpa en su frente, que ni los burkas ni la piedra pómez
hubieran podido disimular. Limpiaba compulsivamente la llave en su pernera y
señalaba tímidamente un ojo saltarín que buscaba refugio debajo del felpudo. Su
cara estaba blanca y farfullaba palabras entrecortadas con un hilo de voz
inaudible.
Capítulo VI: La
sentencia
Rafael recuperó su inocencia. Un jurado popular consideró que había sido en defensa propia y que toda la culpa estaba en aquella maldita cerradura indiscreta.
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