PRIMER PREMIO III CERTAMEN LITERARIO DE POESÍA - ALBORAYA
Mochilas desgranadas
Un
quejido se retuerce
en un
rincón de la calle.
Parece
viento.
Un viento
despiadado y frío
que
arrastra los recuerdos
con su
lengua impenitente.
Queda su
mochila en la calle.
Las
farolas llenan los charcos
con luz
de mercurio.
Insiste
el viento.
Una
gabardina sin rostro
se le
acerca, le susurra.
Huele a
tabaco, chocolate y cieno.
Se han
borrado las rayuelas
dibujadas
en el suelo.
Rueda
solitario un tejo.
Su
inmenso paraguas
le ofrece
el cielo,
le
cobija, le acaricia,
se hace
hospitalario.
Un
lamento se retuerce,
parece
viento.
Su mano
adormecida
entre los
dedos.
Quizás no
haya cielo al otro lado
de
aquella bóveda oscura.
Llueve.
No puede
llorar, pero llueve.
Quizás
esa gabardina sin rostro,
esa gabardina
que huele
a tabaco
y cieno
no
pertenezca a su abuelo.
Ángeles
de piedra
Las
iglesias están repletas
de
ángeles malditos,
gárgolas,
quimeras y grifos
condenados
para siempre
por
perder la custodia de sus niños.
Hay un ángel
que tiene prisa,
mucha
prisa, poco tiempo.
Rebelde a
su fatal destino,
se
encarama en azoteas,
se
detiene en los aleros,
escudriña
inútilmente
los
rincones de la gran ciudad.
Llueve,
llora, hace frío.
Sus
lágrimas son carámbanos
colgando
en las cornisas.
Puñales que
atraviesan
el dolor
de su descuido,
el dolor
de su conciencia.
Tiene
prisa, poco tiempo.
Muy
pronto sus alas serán de piedra.
La ciudad
tiene demasiados gritos,
brazos
implorando ayuda.
Los suyos
se confunden
en
osarios olvidados
bajo la
ácida lluvia
que
empapa el asfalto.
El ángel
de la guarda
se
detiene exhausto
sobre su
propia espalda.
Retuerce
el gesto y
acepta
resignado
su eternidad
de piedra.
Rueda una
lágrima sobre
un
siniestro paraguas negro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario