La pequeña Mei anunciaba una belleza insuperable. Mayor que los nenúfares
que adornan el nacimiento del río de las Perlas, mayor incluso que las gotas de
rocío sobre las hojas de las pyracanthas que su padre cultivaba en el
invernadero. Solo necesitaba algunas pequeñas correcciones, una educación
refinada y se convertiría en la esposa más codiciada de la ciudad de Cantón. Huang
tenía cierto reconocimiento social por su inigualable colección de bonsáis,
pero necesitaba un matrimonio adecuado para su hija si quería aumentar el
prestigio social de la familia. Nadie como él conocía las técnicas ancestrales
de poda, pinzamiento y alambrado de ficus, carmonas, olmos y juníperos y nadie
como él sabía domeñar querencias y modelar los caprichos descontrolados de la Naturaleza.
Y así, cuando su pequeña Mei cumplió los cinco años, reblandeció sus pies
con abundante sangre animal, le quebró las falanges de sus dedos y los vendó
repetidamente, cada vez con más y más firmeza. Era cuestión de tiempo que la
joven alcanzara la perfección absoluta y sus pies de loto fueran la envidia de
toda la ciudad.
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