en la página del certamen.
Amanece. Hace muchísimo frío. La luz del sol ha dibujado en el suelo de la celda el mismo ventanuco de siempre. Don Vito lo mira, lo ve desplazarse. Espera.
Espera.
No tardarán en
venir a buscarlo, como todos los días desde que comenzó el invierno. Lo
llevarán a rastras hasta el paredón de los mil agujeros. Don Vito tiembla. No
es un santo ni tiene un barreño de agua hirviendo en sus piernas, pero don Vito
está tiritando. El sargento ha mandado embutirlo hasta las rodillas en un cubo
de cemento para fijar el blanco. No quiere ver a su pelotón quedar otra vez en
ridículo. Pero don Vito tiembla con muchísima fuerza, por ahuyentar el frio,
por espantar el miedo. Y volverán a suspender la sentencia.
Con los
cargadores
vacíos, la cabeza hundida y la moral por los suelos, lo llevarán,
otra vez, a su celda. El sargento mandará entonces que sigan con las prácticas
de tiro hasta el amanecer y don Vito seguirá esperando.
Esperando.
Esperando que
llegue el verano, que se acabe aquel maldito «déjà vu» que lo
atormenta. Hace muchísimo frío. Un álamo tiembla junto al paredón acribillado.
Don Vito espera.
Espera.
Mañana
volverán a fusilarlo.
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