Un microrrelato con una lenteja
como protagonista parece algo disparatado, pero veréis lo que me ocurrió
durante aquel absurdo proceso creativo:
Puse un frasco de lentejas
verdinas sobre la mesa, crucé mis manos a escasos centímetros, apoyé mi mentón
en su reverso, las miré fijamente y esperé a que llegara la inspiración. Verlas
allí, silenciosas y sumisas, aceptando su destino con semejante resignación,
era desquiciante.
Y entonces sucedió.
Una de aquellas lentejas se movió
sin necesidad de tocarla. ¡Se movió, lo juro! Una lenteja grande, discordante y
parda, que no encajaba con el resto, tan verdosas y flacuchentas. Se abrió paso
a empujones hasta el cristal, me miró con ojos suplicantes y agitó unas
pequeñas raíces que le habían crecido en el costado. Sentí que necesitaba
rescatarla, sacarla de allí, pero se escondió a mis dedos en el anonimato de
una marabunta proteccionista. ¿Se burlaba de mí? Vacié sobre la mesa el frasco
para encontrarla y, cuando se vieron todas ellas desparramadas, empezaron a
saltar alborozadas gritando libertad.
Una lenteja díscola y torticera,
había conseguido despertar aquella placidez democrática. Tuve que emplearme a
fondo, guillotinar a la cabecilla y sofocar el levantamiento con cuchillos, sartenazos
y perolas de agua hirviendo.
Primer premio en Poblete, Puerta de Alarcos.
Un poco más feliz, después de que también un poema mío estuviera expuesto en el Retiro durante 20 días (muy pronto lo compartiré por aquí).
Normalmente no soy tan violento, pero hay cosas que me sacan de quicio.
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