Lo del amor no tiene lógica. Tampoco era
cuestión de buscar motivos ni porqués, pero se había despertado misteriosamente
sin sentir el más mínimo interés por su mujer. De repente, sin justificación
alguna. La primavera demostraba su presencia en todos los calendarios y
macetas, pero él había perdido las cosquillas del estómago, ese aleteo de
mariposas del que nos hablan los cuentos. Simplemente, había desaparecido el
amor en su vida.
Y sin embargo, una tarde calurosa, su
cuñada llegó de visita al hospital. Entró en la habitación con su vestido
estampado, su sonrisa de nácar, su trinar de pájaros. Se acercó a la cama, lo
cogió de la mano. Todos los sentimientos que había dado por perdidos lo
arrollaron entonces con la fuerza de una estampida de bisontes. Saltaron todas las
alarmas, se encendieron todas las luces, todos los pulsímetros, sensores y
diagramas. Se agitaron las flores olvidadas en la mesilla. Médicos, enfermeras
y auxiliares parecieron volverse locos. Entraron, salieron, corrieron por los
pasillos, para, finalmente, dictaminar que había sufrido rechazo al corazón de
su hermano.
Segundo premio en el XI Certamen Emilio Carrère
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