Una
erupción dantesca se produjo en el corazón del planeta. Los suspiros llenaron
primero el espacio con una lentitud
asfixiante, como las cenizas de un inmenso Krakatoa. Los Guardianes no supieron
procesarlos, contener las hordas terrestres que llegaban enarbolando banderas
andrajosas de reconquista en sus pateras. El caos se apoderó poco a poco de un
planeta idílico que comenzó a resquebrajarse, convertirse en una nueva Tierra,
un infierno ingobernable. Las campanas tocaron rebato. Pusieron concertinas,
pero solo sirvieron para vestir de rojo la esperanza irreductible de aquellos
desheredados. Tronos, principados y todos los jerarcas angelicales fueron
incapaces de blindar las fronteras con eficacia, imponer los ancestrales y
exclusivos derechos del Paraíso.
Segundo premio en Emilio Carrère en su X edición.
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