Un corazón metalizado en mil
empresas y negocios fracasados, un corazón sembrado de amores donde solo pudieron
germinar incontables decepciones y calabazas, era un pobre motor, incapaz de
cualquier esfuerzo. Hasta los médicos habían desahuciado aquel erial yermo y yerto
prohibiéndole radicalmente el más mínimo
ejercicio físico. «Prométame
que no participará en la San Silvestre, Ramón». «Pero… es mi vida,
doctor». «La vida es otra cosa, querido amigo». «Claro, usted solo es un médico
y nunca podrá comprenderlo. He participado siempre, desde 1.984». «Hágame caso,
Ramón, si quiere participar, confórmese con dar el pistoletazo de salida».
Lo vieron recorrer el Paseo de
San Antonio con la cabeza gacha, el ceño fruncido, la mirada torva, el paso
lento, arrastrando una sombra siniestra empeñada en ralentizar su llegada. Nadie,
absolutamente nadie, se había percatado en la línea de salida de que había cambiado
la pistola de fogueo por un rifle de repetición.
Mencionado en la "San Silvestre Salmantina", VIII concurso de microrrelatos.
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