Yo era un
pámpano cuando sentí tus primeras caricias. Con la ternura de tus manos
comenzaron a macerar los sueños en mi cuerpo. Eran manos expertas que supieron
respetar mi inocencia, que me hicieron guardar silencio, que consiguieron
arrancarme un mensaje que solo tú pudiste escuchar. ¿Lo recuerdas? Con tu
sonrisa cómplice supe que habías captado mi promesa firme de ofrecerte placeres
sin cuento. Resultó doloroso al principio, cuando tuve que abandonar mis
raíces, mi familia, mi querida tierra del Bierzo... Despalillaste luego todos
los recuerdos que hubieran amargado nuestro romance y me dejé llevar por tu
pericia. Estrujamos nuestro amor intensamente, ¿recuerdas? Conseguiste arrancar
mis miedos y dejaste que mis propios hollejos y prejuicios fermentaran nuestro idilio
lentamente, respetando los tiempos que te imploraba mi juventud. Solo así
pudimos superar las adversidades y todos los trasiegos que nos impuso la vida.
Pudimos clarificar la felicidad que nos habíamos prometido. Lentamente, poco a
poco. El tiempo se detuvo luego entre tus brazos de roble, cuando me cobijaste
con una ternura que jamás hubiera podido imaginar. Mi sangre se fue empapando
de tu aroma, tu experiencia, tu serenidad, del oxígeno que respiraba por tus
poros… Nos quedamos dormidos, nos sorprendió la eternidad.
Sí señor,
supimos tomarnos la vida como vino.
Primer premio en el III certamen de microrrelato convocado por el Ayuntamiento de Camponaraya ("Historias de la vid y el vino").
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