Pozo Calero respondió con una bocanada de grisú cuando le hicieron
daño en las entrañas. Se cerraron las minas y el abandono combó lentamente los
techados. Barruelo comenzó a morirse. No jugaban al bote y al chorro morro,
pero él había encontrado un rincón privilegiado para disfrutar del mundo a su
antojo. Podía ver ejecutivos de ojos tristes, adúlteros de mirada esquiva,
parejas acariciarse con manos de alfarero y seres diminutos agitando sus
miserias. Pasaba los días como un omnipotente voyeur, hasta que se apagaban las
luces de la librería y el escaparate reflejaba nuevamente la realidad que
necesitaba cambiar.
Seleccionado en el VIII Certamen internacional de relatos cortos en torno a san Isidro - 2019 Convocado por el Ayuntamiento de Saldaña.
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