─Madre, ¿las sirenas tienen alma? ¿Tendremos
escamas?
Las
olas se tragaron sus palabras. Respondió un suspiro.
─¿Podré
volver a bailar? Dicen que las sirenas pueden hacerlo durante trescientos años,
antes de convertirse en espuma.
La
madre renovó su esfuerzo para evitar que las ruedas se hincaran todavía más en
la arena. La luna flotaba en el horizonte con sonrisa de hielo. El agua estaba
fría. Las olas mezclaron su esperma con guijarros y esperanzas en una burla
incansable de querencias y desprecios. Cada vez era más costoso seguir
avanzando hasta que, finalmente, exhausta, rindió su empeño. Se tumbó sobre la
arena y rompió a llorar. En silencio, mirando la carretera que remonta el
acantilado donde, una mañana de resaca, se le cerraron los ojos unas décimas de
segundo.
Accésit en el III Certamen de Microrrelatos Roquetas de Mar 2019.
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