El tren penetra con lascivia
en el aire tibio de la mañana. Me siento en dirección a la marcha porque prefiero
sentir de cara todo el provenir que se
adivina por la ventana. Una joven, sentada frente a mí, roza ocasionalmente mis
rodillas. Mantiene los ojos cerrados y la cabeza apoyada en los cristales.
Parece no interesarle nada el extraordinario paisaje que nos estaban regalando
en la ventanilla. La sombra de los vagones juega a la comba en la cuneta con la
catenaria y la planicie gira sobre sí misma difuminando los colores. La joven vuelve
a rozarme. Dormita indiferente. Podía enamorarme de la serenidad de aquellos
labios, de aquellas cejas perfiladas con una perfección absoluta. Me pregunté
por el color de sus ojos. Unos ojos insensibles que parecían desdeñar el mundo
exterior. Probablemente azules y fríos como el hielo, tal vez negros como su
pelo negro, o verdes como los campos de trigo que acariciaban los cristales. Quise
despertarla, que viera mi corazón entregado, que mirara el mundo repleto de
color y de sueños, que me explicara el motivo de aquellas dos lágrimas
indecisas que asomaban en sus ojos todavía cerrados. Miré nuevamente los campos
de trigo, trigo verde como la albahaca verde que, poco a poco, fue tiñéndose de
matices que me habían pasado desapercibidos hasta entonces. La joven se levantó de
pronto, me enseño su espalda y, antes de dejar de existir para siempre, se
alejó lentamente tanteando el pasillo con su bastón telescópico.
Finalista .el 17.05.2019 en el certamen "La belleza como arte de vivir", organizado por la Diócesis de Córdoba. Próximamente verá la luz en papel.
http://www.odiseacultural.com/2019/08/09/palabra-de-argonauta-belleza-como-arte-microrrelatos/
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