Mi padre era un artista y un excelente
maestro. Tenía siempre su mesa repleta de ojos desparramados. Era envidiable su
elegancia con los cuchillos, su precisión para oprimir el pecho de cárabos y
lechuzas hasta pararles el corazón sin estropear las plumas. Modelar después
sus cuerpos de viruta con bramante, insertar los alambres dentro de las patas y
retorcer su espíritu sobre una cepa barnizada.
Desde hace algún tiempo, llevo el taller
en solitario. Me consta que, tanto padre como madre, estarán orgullosos de mí.
Lo sé, lo noto en sus ojos de vidrio que me observan desde la vitrina.
Primer premio en "Asociación de Escritores de Rivas", certamen "Micros de Terror" el 24.04.2019
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