La
vida del lobo se había convertido en un verdadero infierno, un bucle
irresoluble, un permanente “dèjá vu” que estaba devorando sus entrañas como a
un eterno Prometeo. Las heridas cicatrizaban cada noche y, apenas despuntaba el
alba, todo comenzaba de nuevo. Sin embargo, aquella mañana estaba dispuesto a
cambiar la historia de una vez para siempre. Era horrible vivir lo mismo una y
otra vez, solo para alimentar la estúpida fantasía de cuatro mocosos
sanguinarios. Por eso, cuando asomaron las primeras luces, ignorando su cita
obligada con Caperucita, se dirigió directamente a casa de la abuela desafiando
todas las reglas que marcan nuestros caminos. Pero, ¡oh cruel destino!, una
anciana desconocida lo recibió en la puerta, lo miró lentamente retorciéndose
las manos, levantó la verruga de su mentón y, con una inquietante sonrisa, lo
invitó a pasar a su humilde casita de chocolate.
Primer premio Casa de Aragón en Madrid, San Jorge 2019.
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