Mi
vecina no tenía bastante con una mirilla tradicional. Tuvo que encargarse una
especialmente grande para su único ojo. Era un ojo de cíclope, insomne y
alcahuete que registraba todos los movimientos de la comunidad con el rigor y
frialdad de un taquígrafo. Normalmente me lo tomaba a guasa y me paraba de vez
en cuando frente a su puerta para hacerle muecas, pero aquella madrugada estaba
yo con los cables cruzados. El último peldaño del rellano delató mi presencia
con un profundo quejido y sentí su mirada en mi cogote. Me giré lentamente,
cogí la llave más larga, la más fría, la más dura, y la introduje violentamente
por la mirilla. Otro quejido prolongado se escuchó del otro lado y la baba
pringosa de un caracol comenzó a resbalar por la puerta. Me di la vuelta,
limpié la llave en mi pernera, abrí la puerta y volvió el silencio.
Tercer premio en Sol Cultural, 2018. El otro relato enviado "La sombra del dinosaurio" fue seleccionado también para su publicación. El relato debía estar inspirado en la fotografía de Zaida Salazar.
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