Un cielo rojo
de sangre y fuego tiñe la sabana. Shaira, apoyada en la pared de barro de su
minúscula choza, espera que la negritud de la noche oscurezca un poco más su
piel cuarteada. Cuando las moscas se hagan insoportables, cerrará sus ojos
secos, grandes y blancos; se acurrucará un poco más sobre sus piernas, y
desplegará las hojas de aquella revista que el viento trajo un día hasta su
puerta. Magia de papel con fotografías de un pueblo muy lejano, rojo también de
abundancia y risas. Shaira levanta sus ojos cansados para mirar a las cebras
recortando el cielo ensangrentado y sueña con todas sus fuerzas, antes de que
lleguen las moscas, antes de que llegue la negritud de la noche para cubrir la
manyatta.
Muy lejos de
allí, sentada en el alféizar de su ventana, Nela mira cómo limpian su calle, la
calle del Cid. Una luz mortecina envuelve los edificios de Buñol y apenas se
ven ya los restos de la “Tomatina”. Nela apura su copa mientras hojea una
revista. Ha sido un día intenso y está cansada. Las yemas de sus dedos se
detienen sobre un atardecer en la sabana de Tanzania y unas cebras recortando
el horizonte. Acaricia la fotografía. Cierra los ojos. Sueña. Respira muy
fuerte y se deja llevar por un paisaje donde todo es de verdad. Un paisaje rojo
de sangre y fuego.
Segundo premio en III concurso Fundación Ilumináfrica (Modalidad África).
1 comentario:
Vaya, estás en racha. Me alegro, el texto lo merece, ese paralelismo inverso en que el que estamos todos.
Felicidades
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